domingo, 22 de febrero de 2009

6 diciembre - reparto en Mandinari y Lamin



El sábado repartimos la primera tanda de mosquiteras.

En Mandinari, el reparto se hizo junto con el hermano del alcalde, ya que este estaba en al Mecca. Omar (el enfermero del colegio de Lamin) hizo el listado de la gente que las necesitaba hasta 100 personas (lo que le pedimos) e iban pasando lista. Al oir su nombre, la persona se acercaba y Germán daba la mosquitera con un apretón de manos y una sonrisa. Si no estaba la persona, se pasaba a la siguiente. Cuando se acabó la lista, como había gente esperando, nos preguntó qué hacer. Los pusimos en fila y repartimos entre la gente que estaba, apuntando los nombres. Al acabar, fuimos a ver una de las mosquiteras en una de las casas de las que las recibieron en julio. Estaban puestas, o eso parece, pero la casa era la del alcalde del pueblo. Suficiente para confirmar la sospecha de Iago de que las mosquiteras no se repartieron a los que realmente las necesitaban y no podían pagarlas.


Algo parecido a lo que debió pasar en julio, nos pasó en Lamin por la tarde. Baessa hizo una lista de 100 personas, pero esta vez, en lugar e llamar uno a uno, la gente iba pasando y él iba haciendo el chequeo. Resultado, apuntadas 97, repartidas 123.


Aun eso, está claro que entre comprar un saco de arroz o una mosquitera, lo primero es comer.

El reparto nos llevó toda la mañana y parte de la tarde. Al acabar, fuimos a ver cómo hacen el pan y fabrican los muebles y para poco más dio el día.


La tercera manera de repartir las mosquiteras la probamos el miércoles siguiente en la zona de Barra, con Gustavo. Él quiere que repartamos las 189 mosquiteras que nos quedan una por una.

sábado, 7 de febrero de 2009

Día 5 - a vueltas con las mosquiteras y Senegambia



La vuelta a la zona de Senegambia, significaba que no teníamos sitio para dormir esa noche. Como siempre, el problema, que no lo era, lo solucionaron Ebrima y Pa Modou, y acabamos en una casa preciosa (Lavender Lodge) de un gambiano conductor de autobuses en Londres, que siempre que puede se escapa a su lugar natal. La casa la cuidan sus hermanos.

Al día siguiente habíamos quedado en ir a repartir 100 mosquiteras en Lamin y otras 100 en Mandinari, y lo que parecía algo sencillo, se convirtió en toda una lección de cómo funciona el mundo.

La primera tentativa de comprarlas, fue yendo a la farmacia donde las compraron los catalanes de Stop Malaria. Sólo tenían 26, así que al comentarles que necesitábamos más, nos dijeron que las nuevas tendrían que ser a 300 dalasis en lugar de a 250. De ahí la frase lapidaria de Gustavo a Raquel por teléfono “en el momento en el que se enteran que tienes una necesidad, te suben el precio!”.

Ebrima se ofreció a subir a la capital y a buscarnos las mosquiteras a mejor precio, porque no le parecía bien. No tenemos claro de dónde las ha sacado a 200 dalasis. Lo que sí que tenemos claro es que era lo que había, y era o eso o nada. Nos trajo dos tipos, las impregnadas desde el comienzo, en el tejido, y otras de dudosa impregnación. Le pedimos 400 de las primeras, pero al ir a por ellas a Banjul, nos llamó diciendo que de esas sólo había 10 en el almacén. Así que al final tuvimos que comprar las que realmente no queríamos, pero así funciona África. Hay lo que hay, no lo que tú quieres.

Por la tarde decidimos ir a una fábrica de batik. Para nuestra decepción, era un patio que podría haber sido similar al que estuvimos en Burkina, pero no había nadie haciendo batiks, sólo mujeres vendiendo las telas. Los batiks eran muy feos y por una especie de pañuelo de algodón, pedían más de 20 euros. Aquí no regatean como en otros sitios. Si no estás de acuerdo con el precio, pues te vas. Creo que están bastante acostumbrados a que les paguen lo que piden.

De allí nos fuimos a un parque natural cercano a Lamin a intentar ver pájaros. Como en toda África, lo que le falta es el mantenimiento. Lo fundó un inglés y yo creo que tal cual lo dejó, así se ha quedado. Hay números bajo los árboles a modo de jardín botánico, pero no hay ninguna guía o folleto que nos aclare qué es qué. Los bancos semi rotos y el centro de recuperación de animales huérfanos, reconvertido en una suerte de zoológico donde hay unas hienas, una familia de badunios, un karabú rojo y un par de cacatúas. Nos acompaña en la visita un chico que estudia secundaria y que quiere ser zoólogo. Nos cuenta que tenían un león pero que se escapó y tuvieron que matarle. Que traerán otro, seguramente de un zoo de Holanda porque es más barato que traerlo de África, ya que se puede hacer un intercambio de animales. Qué mundo. Se nos hizo de noche dentro del parque y Pa Modou, el conductor, terminó llamando a Ebrima, el traductor, que nos llamó preocupado por si nos había pasado algo.

Esa noche fuimos a cenar al Ali Baba en Senegambia, un restaurante para turistas y gambianos ricos, con música en directo. El paisaje de mestizaje sigue llamándonos a todos la atención. Hay mucha mujer mayor, pero muy mayor, con chicos gambianos jóvenes y viceversa.

Quizá, porque el mundo es mundo, el ver a un carcamal con una jovencita no nos resulta tan extraño, pero sí al revés.

domingo, 25 de enero de 2009

3 y 4 por la tarde

Pero no todo es trabajo y más trabajo. Al acabar en el hospital de Brufut el primer día, nos fuimos a comer a la playa de Sanyang, en un lugar precioso con palmeras y de playa increíblemente infinita.


Al acabar, fuimos a Tanji, el pueblo donde se ahuma el pescado para todo el país. Fuimos a la hora a la que más o menos empiezan a llegar a casa los pescadores después del día de faena.


El olor en el pueblo es muy fuerte, a arenque. Entramos en un secadero / ahumadero y nos contaron que lo tienen ahumando cinco días. Hay montones de leña en el pueblo y montones de escamas en la playa. El pescado queda seco y es lo que ponen

en el arroz en el plato típico gambiano que nos hace recordar a Burkina. En la playa, un enjambre de niños nos persigue hasta la saciedad, pidiéndonos un balón, un boli o un lo que sea. Nos cuentan que los pescadores cobran en especie un porcentaje de la pesca. Con ello pagan también a los chavales que se acercan a descargar y a las mujeres que los venden en la playa. Los marineros tiran de las redes a mano y están a su labor. No les extraña ver a un grupo de blanquitos pululando y

haciendo fotos por doquier. Son como niños. Se ponen en las fotos y lo que les gusta es verse después en ellas. Se

ríen cuando se ven.


Al volver de Tanji, seguimos con la misión de comprar las mosquiteras. Tarea, por otro lado, nada fácil.


El día cuatro, después de acabar la labor en el hospital de Brufut, nos fuimos hasta Kartong, al sur del país. Dormimos en una especie de cabaña junto al río que e

s propiedad del pueblo, y nos dimos un baño en la playa a primera hora de la mañana aunque hacía frío. La playa, también infinita, estaba desierta, tanto el por la mañana como al atardecer, cuando llegamos. Como guías, dos perros que querían jugar. En 4 minutos desde la casa y después de pasar por una marisma seca con los agujeros que hacen los cangrejos, la playa entera para nosotros.


Estamos solos en el hostal. Nos comentan que los turistas van y vienen a la vez que las lluvias: llegan cuando éstas comienzan, y se van


cuando acaban. Por eso estamos solos y cenamos lo que hay, que no es otra cosa que la e

specialidad del país: pollo o pescado con salsa de cacahuete

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lunes, 12 de enero de 2009

3 - 4 diciembre Brufut




Los días 3 y 4 estuvimos en el hospital de Brufut, viendo a gente. Aquí las consultas se cobran. La mayoría de la gente llegaba con el billete en la mano. De hecho, mientras el médico de al lado pasaba consulta, se iba formando cola en nuestra “oficina” con gente y gente… sobre todo, de nuevo, madres con niños, algunos muy muy malitos.


Nos tocó hablar con la agente de sanidad del Gobierno, quien nos contó su versión (una más) de cómo están organizados en Salud y sobre cómo trabajan en el tema de las mosquiteras. Según ella, hay días específicos en los que tratan el tema y reparten mosquiteras a embarazadas y mujeres con niños menores de 5 años. A los pueblos con los que hay mala comunicación por carretera a veces no llegan más que una vez al mes, con lo que están intentando trabajar en prevención. Por ejemplo, quieren formar a gente en cada pueblo que aprenda a preparar suero fisiológico, para que si un niño tiene diarrea, tenga más posibilidades de sobrevivir hasta que llegue el médico que si no lo toma. Oyéndola hablar, parece que están superorganizados y que lo que falta es dinero para hacer más cosas.


Pero esta es una versión de todas la que hemos ido oyendo por el camino. Ebrima nos dijo que las dan en el hospital, pero sólo en el central y que no son gratis, sino que hay que pagar 25 dalasis por cada una. Fataumata, la amiga del otro Ebrima, el contacto de Iago y Noemí, dice que sólo se está trabajando en las regiones 1 y 2 del país, que en el resto no se hace nada. Ashita, la enfermera jefe del hospital de Brufut nos dijo que tenían unas pocas, pero pocas. Cada uno nos dice lo mismo pero diferente.


El primer día según llegamos no nos dio nada de buena impresión. Era como pasar consulta pero sin poder preguntar a la gente qué es lo que le pasaba, porque nos dejaron solos y sin traductor.


El lugar de guardar las medicinas estaba sucio y todo desordenado. El despacho principal, hasta arriba de cajas con medicinas dentro que no sabían ni cómo utilizarlas y ni casi sabían que estaban. Un desastre.


Se montó una cola increíble y nos pasamos la mañana partiendo pastillas con una mini-navaja y un cuchillo, por la mitad y hasta en cuatro trozos para que pudieran dar la dosis adecuada.


El segundo día queríamos sólo ir a hacerles grupos de medicinas y marcharnos, cuando apareció Ashita, la enfermera jefe y nos pareció otra cosa. Por lo menos profesional. Hablando de las mosquiteras nos comentó que no se atrevía a colgarlas del techo porque se les podía caer encima y que lo que quería hacer era colocar unas barras por las paredes para colgarlas a modo de cortinas. Pedimos que pidiera presupuesto. Al final, el segundo día, además de hacer los grupos de medicamentos, terminamos pasando consulta y uno de los jefes del hospital, estuvo haciendo las labores de traductor. Hasta llevó a su niña para que la viéramos unas verrugas. Nos dieron el contacto por si conseguíamos el dinero.

lunes, 5 de enero de 2009

Llegada


Al llegar, treinta grados, o parecido y un blanco entre la marabunta negra. Una cinta transportadora, todas las mochilas que salen menos una, la de Germán, que no aparece. Tenemos que pasar todas las mochilas por el escáner, con lo que no tenemos claro si los medicamentos van a llegar a buen puerto. Llamamos a Javier, y resulta que es él el blanco que espera fuera. Dice que no le dejan pasar, pero de repente está dentro, en nuestro lado del aeropuerto y con su compinche, para que realmente no tengamos ningún problema.


Desde el avión, se ve verde, muy verde todo. Llama la atención, de repente, en medio de la nada, lo que desde el cielo parecen grupos de adosados estilo europeos. Y realmente lo son. La playa parece infinita.


Los jeep son espectaculares, mucho mejores que en Burkina. Nos trasladaos a los apartamentos por una de las pocas carreteras asfaltadas del país, que recorre la costa. A nuestra izquierda, nos cuenta el chofer, el hotel Coconut, el hospital (very very expensive)… los complejos hoteleros, que apenas se adivinan, se van sucediendo a un lado y a otro de la carretera mezclándose con casas enormes, que parecen sacadas de la época de Escarlata O´hara, pero que están en construcción y alguna granja. Nos dicen que es una zona nueva. Las casas normalmente son de europeos o de algún Gambiano con suerte, que pasan aquí temporadas de 3 a 6 meses y que el resto del tiempo si pueden las alquilan.

domingo, 4 de enero de 2009

Colegio Lamin Canarias 1 y 2 de diciembre

El día 1, fuimos por la mañana al Colegio Canarias – Lamin, para niños de entre 4 y 7 años. El colegio está muy bien, tiene mucho color, ocho aulas y están ampliando. Los nenes llevan uniforme, normalmente muy limpio y tienen una enfermería que atiende Omar, enfermero con 20 años de experiencia. Son afortunados, siempre hay españolitos que vienen y van y dejan las medicinas para los 275 niños que van al colegio y algún que otro adulto que aprovecha y así recibe atención sanitaria gratuita.


Está muy limpio y ordenado. No es la primera vez que nos dicen que la higiene es muy importante para descartar enfermedades. Suena a básico pero parece que aquí todavía no lo es. El presidente ha establecido un sábado al mes en el que el país se para y limpia. Dicen orgullosos que gracias a que todos, todos lo hacen, hay muchas enfermedades que han bajado mucho el ratio de afecciones, como la malaria. Aun eso, entre los niños, aunque la mayoría tienen catarro, bronquitis o incluso neumonía, también viene uno de ellos con malaria. Tiene 39 de fiebre (luego veremos hasta 41). No sonríe. Está delgadito. Preguntamos cuanto cuesta un tratamiento de quinina. Treinta y cinco dalasis. Cuantas dosis hacen falta: 1 ½ Por dos euros, no llega, se acabó el problema. Decidimos comprar la dosis para el pequeño. Cómo lloraba. Y es que duele.


Cuando todos los niños acaban de pasar por la consulta, nos espera un perolo de arroz africano, estilo Burkina, con tomate verde amargo y pescado. Comemos todos del mismo cuenco. Al acabar, se unen al té el subdirector del colegio y Omar el enfermero. El subdirector, Baessa, es muy joven y risueño. Habla muy bien inglés y se ríe mucho cuando le enseñamos el cuento que nos dieron Iago y Noemí de Stop Malaria.


Fueron dos días los que estuvimos por la mañana en la consulta cada uno haciendo lo que sabe: unos viendo enfermos y otros partiendo pastillas e intentando ayudar.


Parte del material escolar que llevábamos se quedó allí, en el colegio, donde lo reparten entre los niños que no pueden comprarlo.


Iban a ser Omar y Baessa los que nos iban a facilitar las listas de las personas que recibirían las mosquiteras en Lamin y Mandinari.

sábado, 27 de diciembre de 2008

30 de noviembre


Estamos sobrevolando el Sahara, o al menos lo parece. Da la sensación de que estamos estáticos, siempre en el mismo sitio. En breve hará veinticuatro horas desde que salimos de Burgos. Quedan dos horas de vuelo. Hace ya unas cuantas, durante la cena, que Sergi nos preguntó si acabábamos de volver de África. Imaginaos las caras de cansancio ya en aquel momento. Estábamos en El Regust, un restaurante de El Prat, con Iago, Noemi (ambos fundadores de África, Stop Malaria) y Sergi (un colaborador) en una cena que duró hasta más de las dos de la mañana y que hizo que la espera en el aeropuerto fuese un poco más llevadera.


Iago y Noemi nos cuentan un poco por encima lo que hicieron en julio, cuando estuvieron en Gambia y él, como buen gallego, nos pide que vayamos con pies de plomo, porque no le queda muy claro cómo funcionan las cosas. Al fin y al cabo es África.

Sergi trabaja en el Hospital Vall d'Ebrón y se bajará con un todoterreno de hace 20 años hasta Banjul en enero, en una caravana solidaria que parte de Inglaterra, como la que ha partido hace quince días desde Barcelona .


No queda nada para llegar al diminuto país africano, del tamaño de Asturias, y empezar la aventura.